Un artículo interesante de Horacio Bernardes de P/12.
Disfruten, y si aguzan el sentido de búsqueda, podrán conseguirla para verla en su casa.
Del Porno-Soft al Existencialismo
¿Puede alguien empezar haciendo cine porno y terminar filmando uno de los dramas existenciales más desolados del cine reciente? Parecería que sí. Sí, al menos, en la industria del cine japonés, donde el porno no es un género que condene a quienes lo hacen al destierro definitivo del mundo del cine “en serio”. Antes de convertirse en uno de los nombres mayores del cine de arte de su país, el consagrado Kiyoshi Kurosawa dirigió unas cuantas porno movies. Ese es también el caso de Ryuichi Hiroki, que se cansó de trabajar en el género conocido como pinku-eiga (películas rosas, nombre con que se designa en Japón al soft porno) antes de dar el salto al cine de autor y dejar a todo el mundo boquiabierto con Vibrator, considerada una de las mejores películas que haya dado el cine de su país en años recientes. Sentado frente a una mesa en el Meeting Point del Bafici, Hiroki larga una risita, cuando quien traduce le manifiesta la sorpresa del entrevistador frente a una trayectoria que para los cánones occidentales parecería francamente anómala. “En Japón es distinto”, se limita a contestar Hiroki, con un laconismo que era de esperar. Todo vestido de negro, Hiroki pasó unos días por Buenos Aires, acompañando la minirretrospectiva que le dedicó el 7º Bafici, compuesta por cuatro de sus películas, algunas de las cuales pueden verse por última vez en estos días (ver detalle al pie). Nacido en 1955, durante los años 70 Hiroki trabajó a destajo como asistente de dirección de Genji Nakamura, uno de los reyes del pinku-eiga y él mismo se volvió un prolífico manufacturero del género desde comienzos de los ’80. “En aquella época, las pink movies eran una de las maneras de entrar en la industria, junto con el género de yakuzas”, cuenta Hiroki, que luce un cabello canoso, cortado casi al ras. “Más tarde vinieron las películas de terror, pero eso ya es mucho más reciente. Lo cierto es que esa práctica en el pinku-eiga, donde se produce en grandes cantidades y a toda velocidad, me permitió hacer mi aprendizaje como realizador. Por otra parte, mientras uno le dedicara una cierta cantidad de minutos por película a las escenas de sexo, en el tiempo restante los productores lo dejaban en libertad para contar lo que quisiera. Es más, no descarto la posibilidad de volver a dirigir cine porno en el futuro.” Basta abrir el catálogo del Bafici para encontrarse con una película llamada I Am an S+M Writer, que es de 1999 y está incluida en la retrospectiva. “No estoy en contra de ninguna forma de amor, y el sadomaso es una de ellas”, asegura Hiroki, para explicar su relación con el género.

Que a Hiroki las mujeres le interesan más que los hombres queda más que probado con Vibrator y L’Amant, que también hay ocasión de ver en estos días en el Bafici. La película que lo consagró definitivamente en Occidente, Vibrator (2003), está basada, como muchas de las suyas, en una novela. En una novela escrita por una mujer, Mari Akasaka, que volcó allí experiencias personales, en forma de monólogo interior, alrededor de una chica solitaria y su encuentro circunstancial con un camionero. Teñida de una melancolía que en buena medida se desprende de los soliloquios de la protagonista, Vibrator está contada desde el punto de vista de la chica, que además de combatir la soledad con el alcohol, sufre de bulimia y anorexia. Las cavilaciones de Rei (papel consagratorio para la actriz Shinobu Terasima) están volcadas no sólo en el off, sino que también se inscriben en forma de carteles que el film presenta sobre fondo negro, casi como si se tratara de cine mudo. “Hay una película de Theo Angelopoulos, Paisaje en la niebla, donde se utilizan los carteles de forma parecida. Y la inscripción de la palabra sobre la pantalla aparece en toda la obra de Godard, claro”, relativiza Hiroki la singularidad del recurso, con muy idiosincrática modestia. Sumamente franca en lo sexual, el título de Vibrator no obedece sin embargo a la presencia de algún consolador, sino al modo “vibra” del celular de Rei, que suena cada tanto a la altura del pecho, muy cerca de su corazón. “Es verdad que la forma en que la protagonista toma la iniciativa sexual es bastante subversiva en relación con el modelo tradicional de mujer japonesa. Y ni qué decir de su alcoholismo. Pero el público la aceptó bien, y las mujeres se sintieron tan representadas que el protagonista llegó a convertirse en una especie de sex symbol.”
Fuente: P/12
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