jueves, 25 de diciembre de 2008

Imágenes de fin de año

R·D·T

Las celebraciones del nacimiento de Jesús y de la llegada del año nuevo, a pesar de ser tradiciones muy arraigadas en la vida cotidiana de los argentinos, pocas veces fueron tenidas en cuenta por nuestro cine.

Un antecedente recordable es Navidad de los pobres (1947, Manuel Romero), referente de cómo era el espíritu navideño en esos años. En esta producción de Argentina Sono Film, Niní Marshall –como Catita– es vendedora de perfumes en una gran tienda, donde, en vísperas de Navidad, la gente se agolpa para comprar regalos. Un chico roba un juguete y su mamá, pasada de hambre, sufre un desmayo. Pero pronto Osvaldo Miranda, amigo de las vendedoras e hijo del dueño, le ofrece trabajo a la mujer, y un clima de solidaridad y conciliación va ganando la película.

Quien sino Torre Nilsson podía ocuparse, poco después, de enrarecer la magia inocente de un simple árbol de Navidad: en su película El crimen de Oribe (1949, co-dirigida con su padre Leopoldo Torres Ríos), lo hacía centro de un rito fantástico, por el cual Raúl de Lange logra detener el tiempo para impedir que una de sus hijas (María Concepción César) muera de un mal incurable.

La exportada imagen de Santa Claus se hizo presente en Todo el año es Navidad (1959, Román Viñoly Barreto). Basada en una exitosa comedia televisiva de Horacio Meyrialle, sus cinco episodios son sendas historias en las que el bondadoso y misterioso ser (encarnado por Raúl Rossi) se aparece para dar consejos y solucionar problemas. Seguramente lo hubieran necesitado los personajes de Una jaula no tiene secretos (1962, Agustín Navarro), que quedan encerrados en un ascensor justamente un 31 de diciembre por la tarde, con temor no sólo a quedarse sin brindis, sino también a encontrarse con un asaltante que merodea por el edificio.

De la mano del psicoanálisis, los cuestionamientos a las instituciones y los avatares socio-políticos del país, el cine argentino comenzó a reconocer que dichas fiestas podían ser, también, motivo de angustia. En Heroína (1972, Raúl de la Torre), por ejemplo, una depresiva Graciela Borges cubre su cuerpo con las luces del árbol de Navidad que es su única compañía. Similar estado de ánimo trasuntan dos películas dirigidas por Alejandro Doria: La isla (1978/79), donde los internados encienden estrellitas sin poder eludir su tristeza y el recuerdo de los familiares que no fueron a visitarlos, y Darse cuenta (1984), donde el médico Luis Brandoni y la enfermera China Zorrilla brindan en un rincón solitario del hospital donde trabajan. Más dramática es la situación de los adolescentes que, desde sus celdas, en La noche de los lápices (1986, Héctor Olivera), oyen las campanadas y los estruendos con los que, afuera, se festeja la llegada del nuevo año.

Tal vez la escena que mejor muestra cómo la soledad y la pobreza se potencian ante los festejos ajenos, sea una de La Raulito (1974/75, Lautaro Murúa), en la cual la protagonista (Marilina Ross) deambula por la ciudad sin tener dónde pasar la Nochebuena, y entonces irrumpe en el hogar de su antiguo médico (Duillo Marzio), estallando la imposibilidad de integrar ambos mundos.

La escena de El bonaerense (2002, Pablo Trapero) en la que un grupo de policías se exalta entre risotadas, alcohol y tiros al aire, parece representar bastante más que un prepotente festejo navideño. Otras dos películas recientes abordaron las fiestas de fin de año permitiéndose algo de humor, no exento de acidez y de nostalgia: El asadito (2000, Gustavo Postiglione), donde el cambio de siglo no logra sacar a un grupo de amigos de su fiaca y sus divagues improductivos, y Felicidades (2000, Lucho Bender), cuyos personajes procuran pasar la Nochebuena lo mejor posible pero comienzan a cruzarse con inesperados obstáculos, incluyendo inoportunos policías y vecinos entrometidos, desorientados o necesitados de afecto.

Un mérito de Felicidades es reflejar el nerviosismo y los sentimientos contradictorios de esos días, cuando en el cielo estallan fuegos artificiales y cañitas voladoras, y, dentro de cada uno de nosotros, afloran los recuerdos, la vulnerabilidad, el miedo al futuro, la esperanza.

Fernando G. Varea

(Publicado en Rosariocine en diciembre de 2003)



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