martes, 14 de octubre de 2008

El Desvanecimiento de los Cuerpos (G·G)

4 notas parciales sobre la representación del cuerpo en algunos films y videos extremos


3 - Visiones fugitivas (notas parciales sobre Bill Viola y el video de la contemplación)

Y más allá del cine experimental, ¿cómo se inserta el video - su hijo pródigo - en el devenir de estas representaciones? De muchos modos. El cuerpo y sus acciones han sido uno de los ejes principales en el desarrollo del videoarte. Como soporte técnico sirvió desde los primeros 60’s para registrar y archivar las manifestaciones artísticas efímeras como las del arte de acciones. El movimiento. La actitud. La acción mínima. La exploración. La interrogación. En primera instancia como registro de una manifestación ajena pero finalmente convertido en el propio fin del gesto. La acción no era ya representada independientemente, sino que era preparada únicamente para ser manipulada por la cámara. El video era ahora el fin del gesto; la existencia de este sólo se justificaba en el producto final inscripto en la cinta magnética, trastocado y resignificado por la cámara y la edición. Muchos son entonces los autores y las obras que han trabajado sobre la representación del cuerpo, despojados definitivamente de toda referencia narrativa cinematográfica; abocados en pleno a la expresión conceptual. El cuerpo sin interferencias, sin que sea necesario inscribirlo en el proceso de una historia. Sólo el cuerpo narrándose a sí mismo, contemplándose o lastimándose. Una especie de exhibicionismo autoreflexivo.
Si bien son muchos los autores de video que transitan estas líneas, es tal vez Bill Viola, al menos por la trascendencia alcanzada por sus obras, quien grafica claramente de algún modo el proceso de desvanecimiento del cuerpo en la representación. En sus obras tempranas, en las cuales su propio cuerpo era presentado como centro de la obra, la contemplación era ejercida en el interior de la imagen. El visionario sometido al acto de la contemplación pura y despojada. El sujeto y el objeto de la actitud contemplativa formaban parte entonces de la misma imagen. Observarse a sí mismo; el reflejo en una piscina o en una gota de agua. Buscarse. Interrogarse frente al reflejo devuelto por cualquier objeto-pantalla. Interrogar también a la imagen, a las posibilidades del video de construir nuevas nociones espacio-temporales a través de sus potencialidades técnicas. Explorar en obras de cámara, prescindiendo de la mostración exaltada de toda parafernalia técnica, la posible especificidad del video como terreno de expresión. Allí la austeridad, el despojamiento, la puesta en marcha sutil de ciertos recursos, manifiestan una clara comprensión y exposición de nuevas configuraciones en las que el espacio y el tiempo adoptan formas inauditas en torno a los cuerpos (a su cuerpo).
Pero aún era posible otro gesto. Según el mismo Viola afirma, el cineasta que más lo marcó fue Stanley Kubrick, en especial un momento crucial de 2001: uno de los astronautas sale de la nave para enfrentarse por primera vez al infinito y el único sonido que se oye es el de su propia respiración. De ahí su concepción del trabajo con el ser puro: enfrentar la mirada al vacío para hurgar sobre la propia interioridad, someterse a la agobiante invariabilidad de un espacio extrañado por la cámara en acto de concepción Zen. Ya en estos trabajos, como Hatsu Yume, la idea de la contemplación se potencia por la ausencia del sujeto, del cuerpo que observa, del que mira en tiempo muerto absorbiendo y resignificando el poder afectivo de lo que se encuentra ante sus ojos. Ahora es el espectador el que debe asumir el rol de sujeto vidente. El que debe interpelar directamente a su visión desde su intransferible subjetividad. Sin dirección precisa. Sin, generalmente, una línea de demarcación que estipule de antemano una significación tranquilizadora. Es él, y nadie más que él, quien ahora debe hacer suyas esas visiones que desfilan inmutables por el monitor ante su mirada suspendida.
No hay aquí ya cuerpo observador representado; y si es que existe algún otro cuerpo en la imagen, forma parte indisociable del paisaje, de su ritmo aletargado y de su visión rarificada. La obra, podría decirse, se presenta de algún modo casi como una instalación, donde el cuerpo del espectador es parte actuante del video. Es su otra mitad, el contraplano de la imagen; el sujeto vidente que no ha sido representado porque ese rol será asumido por cada espectador. Cómo en 2001, oyendo cada uno su propio pulso, su propia respiración.
La idea del visionario entonces, aquel visionario cinematográfico desarrollado durante la postguerra en el cine llamado ‘neorrealista’ por Roberto Rossellini, donde quien observa en tiempo muerto define su interioridad en el espacio que enfrenta y que lo absorbe hasta su desaparición (Antonioni después, en el extremo, en el largo final de “El Eclipse”) Una idea radical que serviría de base a todas las propuestas de lo Nuevos Cines. Siguiendo quizás aquella línea, a conciencia o no, atribulado siempre por su relación de amor odio irresuelta con el cine, la violencia ejercida sobre el cuerpo por el video ha llegado, en una de sus modalidades mas difundidas, a la desaparición del mismo. Como en el caso de Bill Viola. Fragmentos de paisajes. Líneas que atraviesan la pantalla. Horizontes. Fragmentos de sonidos. Un auto que cruza el cuadro y apenas se ve. Una serie de planos sin continuidad aparente, unidos en el montaje por el motivo temático de los paisajes exóticos (oriente, en general) y por las composiciones de líneas verticales y horizontales. Casi ningún rastro humano. Ausencia a veces absoluta de cuerpos. Aquí nuevamente el cuerpo-eje (porque a fin de cuentas lo hay) de la puesta en forma videográfica no es representado, sino que es un ente variable, externo, encarnado en cada espectador. El sujeto visionario de la obra es quien la presencia, quien la ve. Cada espectador es el sujeto no representado de la representación. El tiempo, aquí, marcaría un eje fundamental. El tiempo otorgado a cada plano. El tiempo total de la obra. Aquel tiempo que se arrastra palpable en cada cuadro, llevando al límite el tiempo necesario de lectura de cada imagen. Extinguiéndola. Agotando el reconocimiento inmediato y la lectura atenta hasta franquear los límites de la percepción. Buscar el ser puro. Y encontrarlo, aunque aquí la concreción del concepto de base deviene en una experiencia absolutamente subjetiva.
Pero experiencia al fin, vivencia fatalmente privada de las estructuras convencionales.

Gustavo Galuppo
Vera Baxter
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