domingo, 12 de octubre de 2008

El Desvanecimiento de los Cuerpos (G·G)

4 notas parciales sobre la representación del cuerpo en algunos films y videos extremos


1 - Corrimiento (notas sobre “Aurelia Steiner”, de Marguerite Duras)

Aurelia Steiner, para el espectador, carece de fisonomía. No tiene cuerpo. No tiene rostro. Solamente su voz da cuenta de sí misma, de su historia. Hablamos, cabe aclarar, de un film extremo, de una película casi inexistente basada en la ausencia. En la ausencia del amor. En la ausencia del otro. En la ausencia de uno mismo. Hasta en la ausencia del propio cine, o de ese cine al menos que niega obstinadamente sus propias potencias expresivas. Hablamos de una película de Marguerite Duras, sólo eso. Una construcción de carácter líquido, fluyente; porque tal vez sólo el agua, o su imagen aquí representada, pueda emparentarse con aquel negro de la pantalla anulada para dar paso al relato oral. A la voz humana que asume el peso obligatorio de un film cuya imagen no existe, cuya imagen es la ausencia de toda imagen, de toda posibilidad de representar lo irrepresentable. Pero esa es otra película, El hombre atlántico la llamó su autora, donde la imagen se extingue a la media hora de proyección y ya nada es restituido a esa pantalla de la cual se apodera definitivamente la ausencia, la voz, y el negro absoluto de un cine imposible. No valía la pena llenarla de imágenes ha dicho ella, entonces quedó así, apagada; el cine apagado para dar paso a la literatura leída. Pero en Aurelia Steiner no, Aurelia Steiner sí está llena de imágenes. La desbordan, o mejor, la inundan o la ahogan, porque la única imagen posible para ese texto atormentado es la del agua. El Senna. Largos paseos en travelling progresivos a través del río. Nada más que eso. Eso y nuevamente la voz. Una voz omnipresente que no surge de ningún sitio salvo la pantalla misma. Una voz sin cuerpo visible. Sin boca que la pronuncie. Sin rostro que la exprese. Sin ojos que la trasluzcan. Una voz que se instala en el intersticio creado entre imagen y sonido. En ese hueco esquivo que niega la representación y crea el campo de las posibilidades infinitas. De un corrimiento. De un desfasaje. De una ruptura a partir de la cual no cabe intentar la comunión definitiva entre las palabras y el espacio por el que discurren incongruentes. Ahora, en esta construcción, en este cine del desmembramiento, la imagen expuesta no haya justificación ni apoyo en la banda sonora, sino que transcurre paralela a ella, disociada. El viaje a través del Senna por un lado, lento y disperso paseo en línea recta hacia delante. La voz por el otro, monocorde y sentida revolviendo las afecciones de una historia de amor desgarrada. Pero por instantes, breves puntos esquivos, el texto anula la ruptura y la distancia se desvanece; la voz nombra a “este río” y en la fugacidad de esas palabras se produce un roce del que nace una nueva relación. Una relación de fuerzas, podría decirse. De las fuerzas de la palabra y las fuerzas de la imagen. Ambas puestas en relación en una pantalla que desgarra al cine, que lo niega y en esa negación afirman su potencia. No hay aquí, cabe aclarar también, afán destructivo ni discurso vacuo sobre la muerte del cine. Hay en cambio una necesidad de revalorizar un medio desde el exterior, de explorarlo desde afuera; si es que puede hablarse de un afuera en un medio como el cine capaz de nutrirse de todo; híbrido, por cierto, aunque tal vez esa sea su maravillosa e inagotable especificidad. Así, desde las palabras, la imagen se interroga y ambos elementos se relacionan en el tiempo; dos elementos en su mínima expresión: la imagen transcurriendo monotemática y el sonido reducido a una única voz, a un texto. Entre ellos, el espacio de una fisura, y en ese intersticio, en ese recodo inaprensible, se instala definitivamente Aurelia, su cuerpo y el cuerpo del film. Ahí, en un espacio que se niega a ser representado, en la imposibilidad hecha materia: la imposibilidad de un amor y la imposibilidad de un film. Porque tal vez, Aurelia Steiner no sea más que un film imposible, casi inexistente. ¿Con que imágenes ilustrar sino aquel texto para narrarlo? No, con ninguna, el espacio de esa historia debía formarse en otro lado. Debía ser construido por el mismo espectador. Tal vez el negro hubiese servido, como en otros casos, la ausencia absoluta de representación. El vacío maleable. Pero el agua (el río, “este río”) se ofrece como un espacio cualquiera perfecto. Lo orgánico y lo inorgánico. Lo inmóvil y lo fluyente. El discurrir permanente de un elemento neutro incapaz de actualizar el relato, desvaneciéndolo en cambio en la fluidez de las posibilidades. En su curso inevitable. Persistente. Dejando huellas y borrando otras. Allí encuentra el texto la consagración de su preponderancia. En el borramiento del cuerpo que lo narra. En la aniquilación de toda posibilidad de que aquella historia sea representada, actualizada en una cadena de hechos intransferibles. Aquí, una vez más, la literatura desafía al cine para llegar una nueva síntesis. Este texto, esta historia, sólo pueden quedar así, o mejor, ‘deben’ quedar así, en su propio terreno. Lo que su transferencia a la forma cinematográfica debe aportar no es la ilustración vacua de lo narrado, sino su puesta en crisis mediante la integración a un medio capaz de absorberlo y devolverlo en otro estado similar, aunque atado ahora a una estructura instituida desde la imposibilidad de otra relación imagen-sonido que no sea la desconexión.
El cuerpo ausente de Aurelia Steiner, una entidad esquiva rayana en la posibilidad de su inexistencia, sólo puede encontrarse en ese intersticio provocado entre ambas bandas (la visual y la auditiva), en ese corrimiento virtual que se erige como el cuerpo mismo no sólo de Aurelia, sino del mismo film. Aquí, de seguro, el cuerpo del cine, su materia sensible y expresiva, debe buscarse en esa ausencia, en ese vacío forzado a través del desmembramiento del relato cinematográfico. Su disolución. No hay, claro está, ninguna clave en ese río, ninguna función simbólica (aunque puedan hallarse miles, ¿o acaso no es el agua en todas sus formas – lluvia, mares, ríos, lágrimas, etc. - el elemento simbólico casi por excelencia?); solamente su presencia fluyente erosionando historias, bañando los cuerpos; su función de negro atlántico insondable. De elemento extraño capaz de revelar la abrumadora insuficiencia de una película que no se encuentra allí, frente a nosotros en la pantalla, sino que siempre se encuentra en otra parte.
En el interior, podría decirse; tanto en el interior insondable de su autora como, tal vez, en el interior de quien completa el vacío, de quien llena esa ausencia con la suya propia.

Gustavo Galuppo
Vera Baxter
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